Luego de creer el Evangelio no somos los mismos, nuestra vida cambia, pero ¿en qué sentido lo hace? Hay muchos pensamientos al respecto, y muchos versículos sacados de su contexto, por eso creo que es importante el ver cómo el Evangelio nos transforma al momento de convertirnos.
"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." 2° Corintios 5:17
Creo que este pasaje es el más conocido sobre el nuevo hombre. Una vez que hemos sido salvos toda nuestra vida cambia, somos literalmente una nueva criatura, nacemos por segunda vez. Sin embargo, pasajes como Efesios 4:24 nos llaman a vestirnos del nuevo hombre, y sí, Pablo le está hablando a creyentes. Entonces ¿cómo es la cosa?¿Somos nuevas criaturas o tenemos que revestirnos de la nueva criatura? La respuesta es sí. La Biblia afirma las dos realidades, y ¿cómo es que pueden coexistir estas dos situaciones? Eso es lo que veremos hoy, porque es lo que realmente marca la diferencia entre nuestro yo antes de Cristo, y nuestro yo después de Cristo. Además, al analizar esto podremos desmentir un montón de mitos al respecto.
Para analizar todo esto primero debemos pensar en cómo éramos antes de Cristo. Si usted está familiarizado con el concepto de depravación total entonces esta parte ya la sabe, pero nunca está de más recordarla. Según Romanos 3 no buscábamos a Dios, no éramos justos, no hacíamos lo bueno, según Efesios 2:1 estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, según 2° Corintios 4:4 estábamos cegados espiritualmente. Todo esto cambió, pero lo interesante está en ver de qué manera y hasta qué punto.
El pensamiento más común con respecto al cambio que hay en un creyente es: Bueno, antes no podías obedecer a Dios, pero ahora, al estar en Cristo, te capacitó para que lo puedas hacer. Pero la realidad es que esto no es lo que nos muestra la Palabra. En Ezequiel 11 habla de un cambio de corazón, y cómo Dios nos cambia da un nuevo corazón para andar en sus mandatos. Si lo vemos de forma rápida podemos llegar a pensar que el pasaje respalda este pensamiento, pero déjenme hacerles una pregunta ¿Dónde estaba el problema?¿En las obras, o en el corazón? Si lo que Dios cambió fue nuestro corazón, es que el problema estaba allí. Es como hablaba Jonathan Edwards, el problema no está en el obrar, sino en los afectos. De hecho, el versículo 21 de Ezequiel 11, justo después de hablar de andar en los mandatos pone la contraposición y habla de los que no desean esto. El problema pasa por allí, el querer. No por nada Cristo no sólo nos da el hacer, sino que antes nos da el querer (Filipenses 2:13).
Mientras el viejo hombre no tiene el deseo de querer agradar a Dios, ya que está totalmente separado de Él, esto en el nuevo hombre cambia. Se nos da un nuevo corazón, con nuevos afectos y esa es la principal diferencia. Vimos en el viejo hombre el concepto de depravación total, pero ahora, en el nuevo hombre podemos apreciar otro concepto que es el de la gracia irresistible. Cuando Dios nos hace nacer de nuevo, esa ceguera espiritual deja de estar. 2° Corintios 3:16-18 nos habla de cómo la venda de nuestros ojos es quitada y ahora podemos contemplar la hermosura de nuestro Salvador. Al poder ver la misma es imposible que no creamos y nos arrepintamos, por primera vez estamos viendo las cosas como son.
Ahora, cómo afecta el hecho de ver a la hermosura de Cristo es lo que define a la nueva criatura. Todos esos nuevos afectos vienen justamente por contemplarle a Él (2° Corintios 3:18). Es en respuesta al poder verle por la obra que Él hizo para revivirnos, hacernos nacer de nuevo, que nuestros afectos han cambiado. Sin embargo, esto no significa que dejemos de pecar. Romanos 7 y Gálatas 5 nos hablan de una lucha espiritual. No es que el viejo hombre desapareció, es como decía Martín Lutero "Pensé que el viejo hombre había muerto en las aguas del bautismo. Pero descubrí que el infeliz sabía nadar". Sigue estando, es por eso que la Palabra nos habla tanto de vestirnos del nuevo hombre. Y ese viejo hombre, que vive en nosotros, sigue teniendo las características de antes, nada que ahora nosotros no somos solamente ese viejo hombre.
A mí esto siempre me gusta imaginarlo de la siguiente forma: Estamos parados delante de un Rey con nuestro viejo hombre, una persona totalmente demacrada, con ropa rota y sucia, claramente no es la forma de presentarse ante un Rey, pero viene Cristo y nos pone encima una túnica totalmente blanca brillosa. Si bien nosotros seguimos siendo esas personas, y debajo de la túnica está ese antiguo yo todo desastroso, la realidad es que ahora me estoy pudiendo presentar bien delante del Rey, porque me han dado una túnica, que no me pertenece ni merecía, para poder tener acceso y una relación con Él. Cuando estemos glorificados será el momento en que sólo tendremos esa túnica, ya nuestras ropas viejas no estarán por debajo. Pero mientras vemos en la Palabra, y en nosotros mismos, esas dos realidades, esa lucha.
La pregunta que surge entonces es la siguiente: ¿Soy capaz de obedecer? Si usted viene leyendo el blog hace un tiempo sabrá que no ¿Por qué? Volvamos al ejemplo de las ropas. Mis propias obras son las ropas viejas, todo lo que yo hago están teñidas por las mismas. Ahora, al hacerlas, las mismas pasan por el filtro del nuevo hombre, de la túnica blanca, que es la justicia de Cristo, y por eso son aceptadas, no por nosotros sino por ese filtro. Jamás nuestra obediencia será perfecta, por lo cual no cuenta, necesitamos sí o sí de la justicia de Cristo imputada en nosotros, y es eso lo que cuenta, lo que es acepto. Es como si el viejo hombre, ese todo desastroso, hablase con el Rey, pero al ser un vagabundo no hablaría de la forma correcta (lo cual lo llevaría a que lo maten). Sin embargo, esta nueva túnica imputada en nosotros por gracia traduce todo lo que decimos a un lenguaje agradable al Rey. El poder está en la túnica, la justicia de Cristo.
¿Entonces qué?¿Sólo cambian mis afectos? A lo que yo pregunto: ¿Te parece poco? Primero, que como hablamos recién, si bien nuestro viejo hombre sigue estando, hay una diferencia abismal, y es que ahora tenemos el filtro de la justicia del Nuevo Hombre que es Cristo. Segundo que somos nuevas criaturas porque hemos nacido de nuevo con una única capacidad distinta a lo que éramos antes, que ahora podemos ver a Cristo como Él es. Y esto no es poco, sino que es tremendo. Aquellos que creen que por no ser capaces de obedecer significa que podemos vivir una vida como el viejo hombre no están viendo esta gloriosa transformación. Al tener estos nuevos afectos por ver a Cristo, al poder ver lo maravilloso de Cristo somos transformados de gloria en gloria (De vuelta, 2° Corintios 3:18). Eso hace que queramos vivir para agradarle (por más que por momentos nuestra mirada se desvíe de nuestro Salvador). No podemos disociar las cosas, el hecho de ver a Cristo si o si impacta en nuestras vidas, esa es la gracia eficaz.
Para terminar de complementar nuestro ejemplo veamos lo siguiente. Yo, como ese viejo hombre vagabundo, no me importa lo que diga el Rey, ni me importa agradarle, prefiero vivir mi vida por las calles sin pensar en Él. Pero cuando se me pone esa túnica puedo ver lo que ese Rey me ama, la misericordia que me tuvo, el hecho de que ya no solamente es un Rey, sino que es mi Padre. Ahora, al poder ver lo que Él realmente es, quiero agradarle, pero tengo un problema, sigo siendo un vagabundo, y ahí es cuando vuelve a entrar en juego la túnica. Mis viejas ropas me son imposibles de quitar del todo (quedan ahí hasta la glorificación), pero yo comienzo a vivir como hijo del Rey mientras esa túnica sigue siendo ese filtro de la justicia de Cristo para traducir todo lo que digo a un lenguaje acorde, para que todo lo que yo hago sea aceptable y no simplemente la obra de un vagabundo. Esa es la lucha de la cual habla Pablo en Romanos 7 donde dice que sus miembros quieren una cosa pero él otra.
Yo ahora quiero agradar a mi Padre, no quiero volver a ser un vagabundo, y me apoyo en esa túnica blanca, en el Nuevo Hombre (Cristo) porque sino jamás podría agradarle. El ver a Dios y todo lo que hizo por mí sin ningún velo, ya no cegado, es lo que distingue a la nueva criatura que somos, la cual tiene una vestidura blanca de la justicia de Cristo. Es justamente esa gracia irresistible que ahora vemos la que nos transforma todo el tiempo, la que hace que ya no seamos los vagabundos, sino los hijos del Rey. Sí, las ropas viejas las seguimos teniendo, y no sabemos cómo comportarnos delante del Rey, nuestra carne sigue estando. Pero no nos apoyamos en eso, sino en lo que ahora nos reviste: Cristo. Recordar el Evangelio todo el tiempo es lo que nos muestra la gloria de nuestro Padre y lo que transforma nuestros afectos, los cuales, modifican nuestra forma de ver absolutamente todo, incluyendo el pecado. Por eso, cuando estés en un valle, cuando caigas, volvé a poner tu mirada en Cristo, volvé a maravillarte de Él por medio de ver lo que Él hizo por ti, ya que el único mensaje que transforma nuestros corazones, que nos renueva día tras día, que es capaz de cambiar nuestros afectos es el mensaje del Evangelio.
Por lo cual, sí, somos nuevas criaturas, pero esa nueva criatura se conforma del viejo hombre viviendo todavía en nosotros y luchando, como decía Lutero "flotando", pero a la vez esa nueva túnica, revestido del nuevo hombre que es Cristo, Su justicia imputada en nosotros. Tenemos estas dos realidades en nosotros, esa es la nueva criatura. Lo que ha cambiado es que ahora no tenemos el velo, tenemos una relación con el Rey. Y justamente eso, el ver a Cristo, el ver a Dios, el ver todo como realmente es, es lo que impacta nuestras vidas. El ver todo a la luz del Evangelio provoca nuevos afectos en nosotros. Si la nueva criatura fuese capaz de obedecer, entonces no estaría necesitando de esa túnica, ya podría entrar como un vagabundo directamente delante del Rey. Pero como la nueva criatura sigue siendo incapaz, necesita todos los días de la justicia de Cristo en uno, necesitamos todos los días del Evangelio, necesitamos todos los días de ver a Dios, necesitamos todos los días de estos nuevos afectos que vienen por no tener más el velo.
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