Hay momentos en nuestra vida en los que no tenemos ganas de hacer cosas como por ejemplo leer la Biblia y ante eso nos forzamos igualmente a hacerlo. Hoy hablaremos sobre si efectivamente sirve o no el forzarnos a hacer cosas que Dios nos demanda.
"10 Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. 11 ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. 12 ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? 13 No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes." Isaías 1:10-13
Es un pensamiento muy común en la consejería actual decirle al hermano que no está haciendo su devocional que trate de hacerse el tiempo en el día, que se siente, ore y lea. Básicamente encontrar un momento en el día donde te fuerces a tener ese momento de oración y lectura. Sin embargo, el problema no está en que haga o no haga su devocional, el problema está en que prefiere hacer otras cosas, en que prefiere invertir su tiempo en otro lado. El problema no es falta de disposición, sino la falta de amor. Hay algo que ama más, hay algo que prefiere antes que pasar un tiempo con su Señor. Pongamos un ejemplo de un padre y un hijo. Es un fin de semana y el niño quiere estar todo el día jugando a la Playstation. El padre sin embargo quiere ir a jugar con él al parque. El niño entonces va, porque quiere hacer lo que su padre quiere, pero sigue pensando que desearía estar jugando a la Playstation ¿Va a disfrutarlo el niño? Quizás algo sí, pero en su mente siempre estará que quiere volver a su casa para ponerse en frente de una pantalla. Uno puede forzarse a hacer las cosas, pero eso no significa que su corazón esté allí.
En el pasaje de Isaías que leímos al principio vemos que Israel estaba haciendo los sacrificios que la Ley demandaba, estaba presentando ofrendas, haciendo reuniones, festejando las fiestas, y si seguimos leyendo ese capítulo hasta orando. Pero a todo esto Dios le dice que no lo quiere ¿Qué pasó?¿No es raro que Dios demande todo esto en Su Ley pero luego diga que está hastiado de que lo hagan? El problema es que el corazón del pueblo estaba en otro lado, y en este caso estaba en el peor lado posible: en el pecado. Por más que Israel hiciese todo lo que debían hacer, no lo estaban haciendo con un corazón sincero. Y en el caso este es que estaban pecando, pero puede ser que no necesariamente sea algo "malo", simplemente con quererlo más que a Dios en ese momento ya es un ídolo en nuestro corazón, ya le estamos dando el lugar que le pertenece a nuestro Salvador.
Al igual que Israel, nosotros podemos forzarnos a obedecer a Dios (por lo menos por un tiempo), tener una vida religiosa, pero eso no va a hacer que estemos obedeciendo realmente. La obediencia no está en el acto externo, sino que es del corazón. Forzarnos a hacer ciertas cosas puede cambiar nuestra conducta externa, pero jamás nuestro corazón. El pueblo en Isaías se forzaba a cumplir con los rituales, pero nada de eso servía. De hecho por eso Dios lo mandó al profeta a confrontar al pueblo. Yo me puedo poner mis tiempos todos los días, alarmas para no olvidarme de orar, levantarme más temprano para leer, pero ¿realmente quiere mi corazón eso, o me estoy forzando?¿Quiero, deseo, anhelo tener ese tiempo todos los días con mi Señor, o es simplemente una rutina? O un problema mayor también puede ser este: ¿Quiero tener mi devocional pero para yo crecer y madurar?¿O quiero tenerlo para conocer más en intimidad a mi Salvador? Lo primero es muy peligroso, porque si bien quiero tener mi devocional, el centro soy yo, mi cambio, y no Cristo.
¿Entonces qué?¿No me fuerzo a nada?¿Espero pacientemente a que me vengan las ganas? No es tan sencillo. Todo este blog vino porque estaba meditando en este tema, en cómo el forzarme no cambia mi corazón, pero luego me acordé de cuando comencé este blog. Si usted me lee desde hace tiempo sabrá que una de las razones por las que comencé con esto fue para obligarme a estudiar la Palabra más en profundidad, para obligarme a tener mis tiempos meditando en la Biblia. Sí, me forcé, pero eso trajo fruto ¿Cómo es entonces? Cuando yo me fuerzo a hacer cosas tengo que tener bien en claro algo, y es que eso no me va a cambiar. Sin embargo, el exponerme a la Palabra, el exponerme al Evangelio, nunca vuelve vacío. Con el blog, sí, comenzó forzándome, pero conforme meditaba más en el Evangelio y en la Palabra Cristo fue cambiando mi corazón para que yo ahora tenga el deseo de profundizar en las Escrituras. No por forzarme, sino por el Evangelio.
Para concluir quiero remarcar varios puntos. Lo primero y fundamental es que el problema no está en el hacer o no hacer, sino en lo que hay en el corazón. El problema es preferir otra cosa por encima de Dios. Y si, suena fuerte, pero es la realidad, y el creyente lucha todo el tiempo con eso. No es algo para condenarnos, sino que es una razón más para ver la cruz. No sólo para recibir el perdón del Señor, sino para admirarnos más de Él y que eso produzca que le prefiramos. Lo segundo es que hay que tener bien en claro que el forzarnos a hacer cosas no va a cambiar absolutamente nada en nuestro interior. Son cambios de conductas, cambios externos, pero nuestro corazón puede seguir prefiriendo ir a jugar a la Playstation en lugar de pasar tiempo con nuestro Padre. Igualmente, el forzarnos puede resultar en que eventualmente, al estar tan expuesto al Evangelio termine cambiando nuestro corazón. Pero eso no va a ser porque yo me forcé, sino porque el Evangelio actuó en mí, porque pude contemplar a Dios, enamorarme y que mi corazón le prefiera. Lo mejor que puedes hacer cuando no tienes ganas de obedecer a Dios no es forzarte a hacerlo (lo cual puede ser provechoso a la larga como puede que no). Sino que lo mejor que puedes hacer es volver a meditar en el Evangelio, volver a ver tremenda obra en la cruz que Él hizo por nosotros y al maravillarte de eso es que se verá reflejado en tus deseos. Dios no quiere un pueblo que se fuerce a hacer las cosas, sino un pueblo que las haga pero por amor a Él, y esto sólo vendrá de un cambio en el corazón al contemplar día tras día la obra de Cristo en la cruz.
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