Continuamos con nuestro estudio sobre la primer epístola del apóstol Juan. En el día de hoy veremos cómo no nos podemos apoyar ni siquiera en nuestros pensamientos, sino sólo en Cristo.
"19 Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él; 20 pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y Él sabe todas las cosas. 21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; 22 y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él. 23 Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. 24 Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en Él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." 1° Juan 3:19-24
La clave del pasaje de hoy está en el versículo 19 cuando dice "aseguraremos nuestros corazones". Recordemos un poco el objetivo de Juan al escribir esta carta. Los gnósticos se habían apartado de las iglesias destinatarias de la carta y ante esto los hermanos quedaron dubitativos sobre si seguirlos o no. Teniendo esto en cuenta es que Juan les escribe para afirmarlos, probando al mismo tiempo que los gnósticos en realidad no eran cristianos verdaderos, sino falsos maestros. Al exponer a estas personas, Juan habló de las marcas que distinguen al inconverso ("los hijos de diablo" como los llama antes en el capítulo 3) y las marcas de un verdadero cristiano, de un hijo de Dios. Igualmente, el apóstol, desde un primer momento en el capítulo 1 aclara de que el cristiano no es perfecto, que esas marcas no es que son algo constante, sino que son características del cristiano porque sólo él, por medio del Espíritu Santo, las puede tener. Sin embargo, después de hablar tanto de estas marcas, es común que puedan surgir las dudas sobre si realmente uno, como cristiano, las ve en su vida. No sólo les pasaba a los destinatarios, sino que les pasa a muchas personas que leen esta carta. Ante esto es que Juan aclarará este punto en el pasaje de hoy. El Dr. Charles Ryrie dice al respecto "Podríamos ser demasiado estrictos o demasiado indulgentes al examinar nuestra vida; por tanto, Juan tiene aquí una palabra de consuelo: El Dios omnisciente es también el omniamante". Este pasaje es justamente para asegurar nuestros corazones, para tener certidumbre sobre nuestra salvación.
Los versículos 20 y 21, si bien están en dos oraciones distintas, creo que es mejor analizarlos en conjunto ¿Por qué? Porque uno es la antítesis del otro. En el versículo 20 nos habla de lo que tenemos que hacer cuando nuestro corazón nos reprende, es decir, cuando tenemos pensamientos sobre si realmente somos cristianos, algo que podría surgir de lo que Juan habló antes. Pero el versículo 21 nos habla de lo contrario: cuando nuestro corazón no nos reprende, es decir, cuando estamos seguros de nuestra salvación.
Ahora, la respuesta para los dos casos, si bien son contrarios, es la misma: confía en Cristo. Si tenemos dudas sobre nuestra salvación no nos debemos ver a nosotros mismos, sino que debemos confiar en lo que Cristo dice, confiar en que Él hizo la obra por nosotros, en Su muerte y resurrección, en Su gracia. En el momento que nos miramos a nosotros mismos las dudas de nuestra salvación si o si vendrán. Miremos a Pablo en Romanos 7. Si Pablo se veía a sí mismo de la forma en que se describe, claramente tendría dudas, pero el apóstol, como lo vemos en Romanos 8, confiaba en el Evangelio, no se veía a sí mismo para la salvación. Juan no escribió el capítulo 2 y 3 para poner dudas en los verdaderos creyentes, sino para mostrar que los gnósticos, los falsos maestros, no lo eran. En el momento en que pensamos que todo lo que escribió Juan era para dudar de los creyentes estamos yendo en contra de lo que dicen estos versículos, porque si así fuese el apóstol los estaría invitando a mirarse a ellos mismos en lugar de a Cristo como lo hace aquí. El segundo caso, el del versículo 21, es bastante interesante porque a esa persona su corazón no la estaba reprendiendo, es decir, estaba seguro. Pero Juan no quiere que esté seguro por verse a sí mismo, sino que quiere que esté seguro porque lo está mirando a Cristo. Y es esto lo que va a reforzar, poniendo la confianza en Dios.
Aquí es cuando llega uno de los versículos favoritos tanto de los del evangelio de la prosperidad como de los legalistas. A los falsos maestros de la prosperidad les encanta la primer parte del versículo 22 y a los legalistas la segunda parte. Pero hay que verlas como un conjunto, y al hacer esto surge una pregunta: ¿Qué es lo que pedimos en oración? Para esto repasemos cómo es la persona de la que está hablando Juan (versículos 22b y 23). El autor habla de alguien que guarda los mandamientos y hace lo que a Dios le agrada, y en el versículo 23 vemos cuál es ese mandamiento: simplemente el mismo que Juan viene hablando en toda la carta, aquellos en los que Cristo resumió toda la ley y los profetas (amar a Dios por sobre todo y al prójimo como a uno mismo). Si bien el primer mandamiento lo pone como creer en Cristo, esto habla de una relación restaurada, por lo que muchos comentaristas coinciden en que se está refiriendo a los dos mandamientos puestos en uno. Entonces, una persona que ama a Dios por sobre todo no pedirá cualquier cosa, sino que lo que pedirá está alineado con lo que Dios quiere, porque quiere hacer lo que a Él le agrada. Entonces, al pedir cosas que buscan a Dios primero, claramente Él nos las dará. Cuando nuestra confianza está en Cristo, todo lo que pedimos en esa actitud lo recibiremos, pero no porque vayamos a pedir cualquier cosa (como por ejemplo un auto), sino porque vamos a pedir que Dios nos dé lo que Él quiera, pediremos conforme a Su voluntad.
Después de ese pequeño paréntesis, aunque si bien está bien relacionado, Juan volverá a hablar sobre nuestra certidumbre en cuanto a la salvación. El versículo 24 no nos habla de que nosotros perseveramos en Cristo por nuestras obras, por cumplir los mandamientos, sino que una persona a la que Dios hace perseverar podrá cumplir estos mandamientos. Si fuese de la primer forma, entonces la salvación sería por obras y también se podría perder. Pero no es lo que Juan está diciendo aquí. Sino que es porque Él permanece en nosotros, que podemos obedecer, en nuestra forma imperfecta de hacerlo, estos mandamientos. Una persona en la que Dios no está, simplemente le será imposible hacerlo, porque nunca podrá amar a Dios por sobre todo por causa de su muerte espiritual ¿Cómo sabemos que esto es así? La segunda parte del versículo nos lo dice bien claro. Aquí Juan nos habla de que la seguridad está en el Espíritu Santo (siendo esto una referencia clara a Efesios 1:14 cuando habla de que Él es nuestras arras, nuestra garantía). Si la primer parte del versículo hablase de que permanecemos por nuestras obras, entonces aquí habría una contradicción grande, porque entonces no estaríamos seguros por lo que Dios hace, por la morada del Espíritu, sino por lo que nosotros hacemos.
En conclusión, el cristiano tiene distintas marcas que reflejan que realmente es hijo de Dios. Esto es lo que venimos viendo en los blogs anteriores. Pero para estar seguros de nuestra salvación no nos debemos ver a nosotros mismos, sino que en todo momento debemos ver a Cristo, algo que se refleja si lo hacemos en nuestras oraciones, en qué cosas pedimos y anhelamos. Nuestra confianza, nuestra certidumbre, nuestra seguridad, no están en nuestras obras, sino que están en Dios mismo. Si estás luchando con no estar seguro si eres salvo o no, sólo te puedo decir una cosa: No te mires a ti mismo, sino que mira a Cristo, confía en Él, recuerda el Evangelio y, como dice Jonathan Edwards, recuerda que "no aportamos nada a nuestra salvación excepto el pecado que la hace necesaria".
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