Muchas veces, cuando nos emocionamos con algo, tendemos a querer hacer eso ya. Por ejemplo, escuchamos una prédica sobre discipulado y queremos en ese momento agarrar a alguien para discipular. Este blog es el que debes leer en esos momentos.
"Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia; mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza." Proverbios 21:5
Ningún ser humano está exento de entusiasmarse con algo. Pero eso lleva a que muchas veces no pensemos bien las cosas y terminemos fracasando en aquello. Recuerdo que en la iglesia de la prosperidad a la que iba antes usaban este tipo de pasajes de Proverbios para referirse a los negocios. Y es lo mismo que años más tarde escucharía en la universidad en la clase de marketing, que antes de hacer tu negocio debes hacer todo un estudio del mercado, ver los pros y las contras, etc. Pero hoy no vengo a hablarles de eso, ya que para aplicar esto al mundo hay un montón de recursos que lo ayudan a uno a analizar las cosas. No, hoy vengo a aplicar esto a la vida cristiana.
Es muy común en la vida cristiana entusiasmarse con algo, empezar con todas las ganas, pero que eso no perdure en el tiempo. Recuerdo cuando se fundó la iglesia donde voy y se estableció la primer membresía. Luego de hacernos miembros nos dieron una lista con todos los ministerios en los que podíamos empezar. Cuando pasó eso, varios (sobre todo los jóvenes) nos anotamos en la mayoría de los ministerios, pero eso luego no perduró. Si, servimos en ministerios, pero no en todos los que nos anotamos. Y es que en esos momentos uno no se pone a pensar en el costo de las cosas. Es justamente lo que dice el versículo de Proverbios, si fuésemos diligentes, entonces nos pararíamos a pensar. Pero la mayoría de las veces nos apresuramos y comenzamos a hacer cosas que, cuando el costo viene, las terminamos abandonando. No por nada Cristo dijo "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame." en Mateo 16:24. La vida cristiana cuesta, y Jesús, sabiendo esto, les advirtió a sus discípulos para que justamente no tomen una decisión apresurada, sino que lo hagan con diligencia.
Veamos distintos casos en los que esto pasa en la vida cristiana. Ya mencionamos como un ejemplo al servicio. Muchos no toman en cuenta que el servicio demanda tiempo. En mi iglesia estoy liderando el ministerio de las redes sociales, y siempre que se va a sumar una persona nueva le doy un documento donde no sólo describe lo que se hace en el ministerio, sino que se enfatiza que si uno va a comenzar a servir, entonces lo tiene que hacer con excelencia porque es para el Señor (Colosenses 3:23). Si nos esforzamos en nuestro trabajo secular ¿cuánto más nos tenemos que esforzar en el servicio hacia nuestro Dios? Y esa excelencia no se puede tener si uno no tiene el tiempo para dedicar lo que el ministerio requiere.
Otro caso, por ejemplo, que es muy común, es con la gran comisión. Al escuchar prédicas al respecto solemos salir muy motivados para evangelizar o discipular. Queremos agarrar a la primer persona que se nos cruce en la calle y hablarle de Cristo. O ir con una persona que se nos ocurrió durante la prédica, decirle de juntarse a tomar un café y así comenzar a discipularla. Esto es algo que nos ha pasado a todos, pero tranquilo, porque si hacemos las cosas de forma apresurada no saldrán bien. Quizás para evangelizar no haya que estar tan preparado, si nos convertimos entonces conocemos el Evangelio, y es eso lo que tenemos que compartir. Sin embargo, es más diligente prepararnos para eso. La obra de salvación igualmente es del Señor, pero eso no significa que no debamos ser diligentes. Muchos ante esto toman el ejemplo de Pablo, que luego de convertirse ya estaba testificando de Cristo (Hechos 9), pero recordemos que Pablo era erudito en cuanto a la ley, la cual era toda la revelación escrita que había hasta ese entonces acerca de Dios. Pablo estaba preparado, sólo le faltaba luz para saber que Jesús era efectivamente el Mesías, la cual se la dio Cristo. Con el discipulado es aún más peligroso, porque si no estamos preparados, podemos guiar mal a una persona de la cual somos responsables ante Dios. Por algo Santiago 3 nos advierte que no muchos se hagan maestros (y no, no se refiere a pastores solamente, la palabra en el original es justamente el maestro que enseñaba a los discípulos). Creo que al predicar de la gran comisión hay que darle contexto. Tanto en Mateo 28, como en Marcos 16, si leemos unos versículos antes (Mateo 28:16 y Marcos 16:14) veremos que en el momento de la gran comisión Cristo se estaba refiriendo a los once, no a toda la multitud de discípulos que después estarían en la ascensión ¿Por qué es esto? Creo yo que es porque los once habían pasado tres años siendo discipulados de cerca por el Señor mismo. Ellos sí estaban preparados porque habían sido discipulados por el mejor Maestro. No digo que la gran comisión no sea para todos, pero a su tiempo. Si queremos ser diligentes con la misma, entonces no nos apresuremos, primero preparémonos para eso. Recuerda los costos, eso es lo que hace Santiago al principio del capítulo 3.
Hay muchos otros casos de los que hablar, como por ejemplo cuando el primero de Enero comenzamos todos emocionados el plan de lectura anual de la Biblia y luego lo dejamos a medio terminar. Pero voy a tocar sólo un caso más con el que creo que ya se entenderá el punto al que voy. Este caso es el del matrimonio. Entre los jóvenes es común que llegue un punto en el que quieran encontrar aquella persona que Dios tiene preparada para nosotros y casarnos. En la búsqueda uno suele buscar una persona que sea justamente ese complemento que lo acerque más a Dios, pero pocos se ponen a pensar si uno es ese complemento para aquella persona. Si uno no tiene su vida en orden, entonces ¿cómo planea ser la persona indicada para alguien? Y esto no sólo es a nivel espiritual en el ámbito del matrimonio, aunque eso sí es lo principal. Pero también se aplica al nivel laboral, del hogar, etc. Una persona que se quiere casar pero no tiene trabajo, no tiene dinero para alquilar un hogar, y no se esfuerza en eso, simplemente se está apresurando en sus deseos y no está siendo diligente. De vuelta, el costo. Debemos pararnos a pensar en estas cosas también.
Si vemos la vida de Jesús, a veces podemos llegar a pensar en Él como un aguafiestas. Porque cuando venían a Él personas entusiasmadas, Jesús las repelía. Pero no las repelía porque no las quisiera, sino que Cristo simplemente les decía el costo de seguirle, justamente la hacía pensar a la persona. Esto es lo que le pasó al joven rico. Antes de tomar cualquier decisión, de comenzar cualquier cosa, siempre es bueno parar, pensar, y tener en cuenta el costo. Si queremos ser diligentes en nuestra vida cristiana, entonces empecemos por pensar antes de actuar, porque quizás al apresurarnos, no sólo abandonemos algo, sino hasta podemos llegar a hacerle mal a algún hermano. Con lo cual, también la diligencia se transforma en una muestra de amor, no sólo para el Señor al hacer las cosas con excelencia, y porque ahora le podremos dar lo mejor de nosotros, sino también para con el hermano. Y estos son los dos principales mandamientos (amar a Dios por sobre todo y al prójimo). Siempre recuerda: no te apresures, sino piensa.
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